En una noche como esta, de un calor insoportable, viajando bajo las estrellas hacia el mismo sito a donde me dirijo, después de haberla visto por primera vez de cerca y sin saber si era posible haberme enamorado así, en una sola secuencia, tan vertiginosamente, tan sin darme cuenta, le pregunté a mi madre, que viajaba a mi lado, lo que pensaba de semejante estado de inquietud en el que me hallaba, ya que no conseguía desprenderme del reflejo de rostro, del eco de sus palabras, de su risa de dientes inmaculádamente blancos, de su piel morena brillando bajo el reflejo de las tenues luces de aquel desolado andén por donde jamás pasaría el tren de regreso.
Mi madre, que es una mujer sabia, pero más que nada, ha sido una mujer enamorada, sin mirarme siquiera, en la oscuridad del micro me dijo en un susurro: llegó. Es ella.