sábado, 27 de marzo de 2010

Genio y Figura



De pronto sintió que por esa noche era suficiente. Hacía rato que había algo que le fastidiaba en el cuerpo. Como si hubiese tomado de más, o su ropa se hubiese impregnado del olor característico las pizzerías porteñas. Pero él no gustaba de esos lugares. Le gustaba mantener su ropa siempre bien perfumada, prolija, bien planchada. Aunque esa noche algo no andaba bien: definitivamente algo apestaba. Así que mientras caminaba de regreso hacia su casa pensó que tal vez debía cambiar de lavadero, que no podía ser que su ropa le durara tan poco tiempo perfumada, que era una vergüenza andar así por las veredas. Pero le costaban los cambios, era un tipo rutinario.

Vivía en un departamento de la calle Sarmiento prolijamente acomodado y todo en su vida se regía estrictamente a tiempo. Por eso, cuando llegó a su puerta, no necesitó buscar sus llaves porque el encargado conocía su rutina y le franqueó la entrada.
Subió las escaleras que lo separaban del primer piso sintiéndose cada vez peor y al entrar a su casa, se dirigió directamente a su cuarto y empezó a desnudarse con un tremendo esfuerzo por quitarse aquella ropa que ya le producía quemazón... pero casi me roba el final del cuento frente a la impresión que le produjo aquella visión... un gran agujero negro en medio del pecho abierto y chamuscado, aunque sin dolor.
Alcanzó a pensar que definitivamente debía cambiar de lavadero antes de... morir de soledad.


miércoles, 24 de marzo de 2010

Dos dedos sobre mi hombro


Nunca más la mirada desviada.
Nunca más la sonrisa sometida.
Nunca más la violencia consensuada.
Nunca más que me pisen las palabras.
Nunca más quedarme sin abrazos.
Nunca más quedar abandonada.
Nunca más dar todo a cambio de nada.
Nunca más mi silencio cómplice.
Nunca más mi llanto a solas.
Nunca más noches oscuras.
Nunca más la desnudez del alma para la diversión de la mirada.
Nunca más complacer a costa del olvido.
Nunca más nadie volverá a golpear dos dedos sobre mi hombro.
Nunca más desaparecer.

viernes, 19 de marzo de 2010

El Placer de decir No


Con todas esas cosas que hacen ruido

el corazón, el gesto, las palabras
con todo y algo más salimos a la calle
al pequeño universo, al vacío.

Con un poco de amor y otro de ganas
y el subte consumiendo cada cuadra
nos vamos consumiendo cada cuadra,
nos vamos de a poquito, y como ausentes,
de un sentimiento a otro entre la gente.

Y sin saber ni cómo ni porqué
el alma se nos va de un pecho a otro.
Se nos va sin querer, se escapa sola
como un pájaro con rabia por su historia.

Después el cielo cae y cae tu nombre
y la sangre no encuentra la salida.
Y hay que esperarse más y llegar tarde
con urgencia y pasión a todas partes.

Y hay que abrir las ventanas para vernos.
Entregarnos abrazos y nostalgias.
Al fuego la razón y al miedo nada
y una tarde, por fin, abrir las alas.

Y te escapás hermano de la nada,
de la nada tan llena de colores
a la vida real, a las miradas
al placer de decir NO de buena gana.