Su camisa entreabierta invita a extender la mirada más allá de lo bello de su cuello, pero su pelo negro, largo y lacio forman una especie de imbatible barricada contra la que intermitentemente vuelven a chocar mis ojos.
Ella tiene como siempre ese semblante algo tenso, esa mirada en principio desconfiada y ese temor discreto a ser descubierta amando a destajo. Mantiene las distancias, cuidadosamente sentada al borde de su desatino y su espalda tan prolijamente erguida denota una compostura a punto de colapsar. sin embargo aquí está. Con todo su coraje, con su nudo de palabras, con sus lágrimas de diamantes... aquí está.