viernes, 23 de abril de 2010

El Escaramujo



¿Por qué la tierra es mi casa?
¿Por qué la noche es oscura?
¿Por qué la luna es blancura
que engorda como adelgaza?


¿Por qué una estrella se enlaza
con otra, como un dibujo?
Y ¿por qué el escaramujo
es de la rosa y el mar?


Yo vivo de preguntar:
saber no puede ser lujo.
El agua hirviente en puchero
suelta un ánima que sube
a disolverse en la nube
que luego será aguacero.


Niño soy tan preguntero,
tan comilón del acervo,
que marchito si le pierdo
una contesta a mi pecho.


Si saber no es un derecho,
seguro será un izquierdo.
Yo vine para preguntar
flor y reflujo.
Soy de la rosa y de la mar,
como el escaramujo.


Soy aria, endecha, tonada,
soy Mahoma, soy Lao-Tsé,
soy Jesucristo y Yahvéh,
soy la serpiente emplumada,
soy la pupila asombrada
que descubre como apunta,
soy todo lo que se junta
para vivir y soñar:
soy el destino del mar:
soy un niño que pregunta.

Yo vine para preguntar
flor y reflujo.
Soy de la rosa y de la mar,
como el escaramujo.


miércoles, 14 de abril de 2010

lunes, 5 de abril de 2010

Candombe de la Azotea



La luna nupcial y vieja chorrea por las hendijas
con luz de papel de lija para estos ojos que lloran
y un estilete de sombra escapado de algún viento
como un colmillo sangriento me atravesó con tu nombre.

Rumor de cascos oscuros de los caballos en danza
azulando los tambores por arte de magia blanca;
el gato de la escalera, en un sopor de ginebra
bate la puerta de lata por arte de magia negra.

Adónde te vas ahora me gritan de la azotea
escondidos en las flautas para que nadie los vea
los alientos que te guardan como adentro de un pañuelo
y me cruzan con los filos de la entrepierna hasta el cielo.

El cuarto de madrugada se cubre de flores muertas
y en algún rincón despierta una abeja encandilada;
zumbando un recuerdo tierno cruzó este cuerpo maltrecho
desde el muelle de tus pechos hasta un fanal del infierno.

En la memoria difusa me cuenta un gato de loza
de las muchas dulces cosas que quedaron inconclusas
y no te cuento la pena que tienen los encordados
de ver mis dedos armados para matar la tristeza.

Me voy y me llevo todo en una cuenca vacía;
no es nada, de todos modos, perder la piel ya perdida.
Ya cuelgo un sueño en el muro como otra mancha verdosa
y dejo el corazón desnudo debajo de una baldosa.